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El matrimonio una hermosa realidad

MATRIMONIOESPIRITUALIDAD

Ortega Ma José

1/8/20254 min leer

Y ahora, hijos e hijas, dejadme que me detenga en otro aspecto particularmente entrañable de la vida ordinaria. Me refiero al amor humano, al amor limpio entre un hombre y una mujer, al noviazgo, al matrimonio. He de decir una vez más que ese santo amor humano no es algo permitido, tolerado, junto a las verdaderas actividades del espíritu, como podría insinuarse en los falsos espiritualismos a que antes aludía. Llevo predicando de palabra y por escrito todo lo contrario dese hace cuarenta años (...).

El amor que conduce al matrimonio y a la familia, puede ser también un camino divino, vocacional, maravilloso, cauce para una completa dedicación a Dios. Realizad las cosas con perfección, os he recordado, poned amor en las pequeñas actividades de la jornada, descubrid insisto ese algo divino que en los detalles se encierra: toda esta doctrina encuentra especial lugar en el espacio vital, en el que se encuadra el amor humano (San Josemaría, Conversaciones, n. 121).

Una vez me hicieron una pregunta ¿quién eres? Para la cual respondí mi nombre, y sí nuestro nombre nos identifica, pero no es suficiente. Y a veces se nos olvida esta realidad, que somos personas, seres humanos, hombres o mujeres, con cuerpo, con alma y espíritu, que fuimos creados como seres único e irrepetibles, que nuestra vida tiene un propósito y un sentido.

Vivimos una vida ordinaria, pero dentro de la simplicidad de la vida cada uno tiene un llamado particular extraordinario y es el llamado al Amor. Todos estamos llamados a amar y a ser amados. Estamos llamados al amor divino, a vivir en esa comunión de amor con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; pero también estamos llamados al amor humano, a amar al otro así como Dios me ama y particularmente en nuestra vocación y estado de vida.

Como bien sabemos y no está demás repetirlo, el ser humano es un ser complejo pero único, existe en nosotros dos realidades la corporalidad y la espiritualidad, somos cuerpo y espíritu; podríamos pensar que son contrarios como el blanco y el negro, aunque son muy distintos entre los dos forman una unidad sustancial.

Ahora conocemos esta verdad, sin embargo, hace mucho tiempo no; a lo largo de la historia han existido diferentes concepciones acerca del ser humano, unas enfocadas al “espiritualismo”, el cual considera al espíritu como la única sustancia y el cuerpo como producto del espíritu; y otras más “naturalistas” considerando sólo la existencia del cuerpo. Ningún extremo es bueno, ver al hombre como solo espíritu o solo como materia es reducirlo.

Dice el papa y santo Juan Pablo II: “El cuerpo nunca puede reducirse a pura materia, porque es un cuerpo espiritualizado, así como el espíritu está tan profundamente unido al cuerpo que se puede definir como un espíritu corporeizado.” El cuerpo es como el vestido del alma, lo que hacemos a nuestro cuerpo también se lo hacemos a nuestra alma. No podemos reducir al ser humano a solo cuerpo o solo alma, o decir que uno es superior al otro. La vida del hombre no oscila entre “opuestos” cuerpo – alma, sexualidad- espiritualidad, razón- fe; ambos se complementan. Cuando amamos no amamos solo con el alma o solo con el cuerpo, amamos con todo nuestro ser persona.

Dentro del plan que Dios tiene para el hombre, esta el matrimonio como una vocación que esta llamada a ser reflejo de la unión y entrega de Cristo a su Iglesia. El matrimonio y la sexualidad son buenas, queridas y creadas desde el principio por Dios.

El amor que siente una persona por otra no está mal, nos puede llevar a la santidad, teniendo la claridad sobre que es el amor, en ese sentido, la sexualidad humana está esencialmente ordenada para manifestar la vocación de la persona a ser don de sí mismo a la otra persona, es ahí donde la persona se descubre a sí misma y descubre al otro.

El matrimonio es una hermosa realidad que Dios ama y quiere ver pleno de felicidad. Ese amor que conduce al matrimonio y la familia es una amor santificante, un amor que sana, un amor que se debe descubrir, demostrar y enseñar en el día a día. La familia es escuela de amor, porque la convivencia diaria obliga a acoger a los otros con respeto, diálogo, comprensión, tolerancia y paciencia.

En la encíclica Redemptor hominis, el Papa Juan Pablo II dice: “El hombre no puede vivir sin amor. Él es para sí mismo un ser incomprensible y su vida es destituida de sentido, sino no le fuera revelado el amor, si él no se encuentra con el amor, sino lo experimenta y si lo vuelve algo propio, sin él no participa vivamente.” (RH, 10) El amor es más fuerte que la muerte y es capaz de superar todos los obstáculos para construir al otro, “…el amor es fuerte como la muerte…sus centellas son centellas de fuego, una llama divina. Las torrentes no podrían apagar en amor, ni los ríos lo podrían sumergir” (Cant 8, 6-7). Paul Claudel dice “El amor verdadero es un don recíproco que dos seres felices hacen libremente de sí mismos, de todo lo que son y tienen. Esto le pareció a Dios algo tan grande que Él lo convirtió en sacramento.”

La familia y el matrimonio están en la base de todo el plan de Dios para la humanidad, si ellos fueran destruidos, la humanidad sufrirá mucho. Amar es construir al otro, ayudarlo a crecer, a vencer sus problemas. Quien no esta dispuesto a sacrificarse no esta dispuesto a amar. Todos estamos llamados a la perfección en el amor, haciendo de nuestra vida ordinaria una vida extraordinaria, el secreto esta en el Amor, en amar en lo pequeño para amar en la grandeza, en amar en las alegrías pero también en las tristezas, en amor en el monte Tabor y en el monte Calvario, en ver el amor divino en el amor humano, a través de pequeñas cosas como:

  • Expresiones de amor.

  • Comunicación espontánea sobre lo cotidiano.

  • Diálogo.

  • Detalles que alegran la vida cotidiana.

  • Pequeños regalos y servicios.

  • Cuidando la intimidad y la vida sexual.

Recuerdo tres palabras que el Papa Franciso recomienda en la vida cotidiana: decir permiso, gracias y perdón.