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El amor es...

MATRIMONIOESPIRITUALIDAD

Ortega Ma José

1/8/20254 min leer

«El amor es paciente,
es servicial;
el amor no tiene envidia,
no hace alarde,
no es arrogante,
no obra con dureza,
no busca su propio interés,
no se irrita,
no lleva cuentas del mal,
no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad.
Todo lo disculpa,
todo lo cree,
todo lo espera,
todo lo soporta»
(1 Co 13,4-7).

Esto se vive y se cultiva en medio de la vida que comparten todos los días los esposos, entre sí y con sus hijos. Por eso es valioso detenerse a precisar el sentido de las expresiones de este texto, para intentar una aplicación a la existencia concreta de cada familia? (Amoris laetitia, n. 90).

El matrimonio es un bello sacramento, que Dios ama y quiere para quienes están llamados a esta vocación. Y en ella están llamadas a ser plenamente felices y santos, a ser una comunidad de amor y de vida, siendo reflejo del amor de Cristo. Pero ¿Cómo es este amor? ¿Cómo debería amar a la otra persona?

Y es que cuando uno esta enamorado, puede hacer locuras por la persona que ama, hay paciencia para esperar, hay tiempo para compartir, hay amor para dar, todo parece hermoso y ser perfecto; parece fácil amar a la otra persona. Y claro, todo esto eso necesario, pero no dura por siempre si es que uno no lo quiere y no lo va construyendo todos los días. El papa Francisco dice que “ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar” (Amoris Laetitia, 325). La maduración de la capacidad de amar es un proceso dinámico, en el que se conoce mejor al cónyuge y se le ama más, y se da en la cotidianidad del día a día.

El amor perfecto es semejante al de Cristo por la Iglesia. San Pablo da ese ejemplo para los casados: “Esposos, amen a sus esposas, como Cristo amó la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola por el agua del bautismo con la palabra, para presentarla a si mismo toda gloriosa, sin mancha, sin arruga, sin cualquier otro defecto semejante, pero santa e irreprochable. Así los maridos deben amar a sus mujeres, como a su propio cuerpo. Quien ama a su mujer, se ama a sí mismo. Ciertamente, nadie jamás aborreció a su propia carne; al contrario, cada cual alimenta y la cuida, como Cristo hace con su Iglesia” (Ef 5, 25-29). Los esposos deben preguntarse si están dispuestos a amar al otro hasta la cruz, así como Jesús.

En la vida conyugal se debe vivir y recordar el compromiso que se asumió libremente en el matrimonio, el cual exige madurez y voluntad para no desvirtuar el amor y perder de vista el objetivo: llevarse mutuamente a la santidad. En el himno de la caridad que encontramos en 1 Co 13, escrito por san Pablo, nos dice cómo debe ser este amor:

El amor es paciente, es ser compasivo al aceptar al otro con sus defectos y errores, es no actuar con agresividad, no dejarse llevar por los impulsos, no se irrita; es saber comprender y ser perseverante en el amor. El amor es servicial, no existe amor sin servicio ni servicio sin amor, por amar es darse a sí mismo al otro, para complementarlo, para buscar su felicidad. Amamos cuando nos damos, así el amor se debe trabajar cada día con pequeños detalles de servicio al otro, así el amor será perpetuo.

El amor no es envidioso, no es celoso, el amor no es egocéntrico, valora y se alegra de los logros del otro. El amor entre los esposos debe ser reflejo del amor de Dios, de cómo nos ama, nos perdona y quiere nuestra santidad. Si los casados vivieran eso, ese amor fecundo, serian felices.

Para que el amor sea verdadero y perseverante es necesario:

  • El conocimiento profundo del otro: conocer su temperamento, su carácter, sus virtudes, dones, cualidades, lo que le gusta, cuales son sus metas, sueños, su fe; también conocer sus defectos, vicios, limitaciones, lo que le cuesta; para que así poder ayudar ser mejor al otro, ayudarlo a perfeccionarse y también a dar a halago. E incluso ser detallista, el amor es como una planta si no se la riega, no sé la saca al sol se muere, de igual manera el amor, hay que saber alimentarlo con detalles, halagos, sacrificios.

  • Saber solucionar conflictos: dialogar las diferencias que tengan, saber escuchar, comprender, llegar a acuerdos, evitar palabra hirientes o dañinas, saber callar.

  • Tener un proyecto de vida juntos: no ver solo por uno mismo, mis cosas, mi vida; sino atreverse a soñar juntos, a formar un proyecto de vida alentándose mutuamente. Los esposos son un equipo, y deben trabajar como tal.

Amar es más que un impulso sensible del corazón, es un una decisión de la razón. Por eso, amar es un largo aprendizaje, no es una aventura como la mayoría piensa. No se aprende amar cambiando cada día de amante, sino aprendiendo a respetarlo todo los días, tanto en el cuerpo como en el alma. Cuando amamos de verdad, encontramos la verdadera libertad.

Es el amor el que une la pareja y la unidad será para ellos vínculo de perfección. Se debe aprender a vencer los celos, la envidia, el propio orgullo y vanidad, no buscar el propio interés, ser capaz de creer en el otro, no vivir irritado, malhumorado, aprender a soportar el sufrimiento por el bien del otro.

Amar no es una decisión de apenas un momento, es una decisión que debe ser renovada a cada momento, para durar siempre. Es necesario estar siempre consciente que amar un hombre o una mujer, será siempre amar un ser imperfecto, pecador y débil. La felicidad del matrimonio es construida pedacito por pedacito, a través de los esfuerzos mutuos de comprensión y de amor. No existen matrimonios perfectos, hay peleas, errores, se enojan, pero reconocen sus fallsas y se perdonan. Para amar se necesita decisión firma y verdadero compromiso.

Como suelen decir, decir te amo toma unos segundos, demostrarlo toda una vida.